Una vida común desdramatizada con humor

Archivo para 06/02/2012

Desde México escribe nuevamente Dinorah: «De niñas, madres y fiestas de plástico»

Daniela tiene ahora 12 años. Hace 2 tuvimos el «honor» de ser invitadas a la fiesta de la niña más «popular» del salón. Ahh… porque no todas son invitadas, sólo algunas, las que cumplen ciertos requisitos. Creo que nuestra invitación se debió más bien a otros intereses y no porque Daniela y yo cumpliéramos, afortunadamente, sus estándares mínimos de aceptación o pertenencia.
La fiesta tenía tema, el ridículo nombre no lo recuerdo pero era algo así como «La niña más bella». Se les informó a las elegidas( perdón a las invitadas), que en la fiesta se celebraría un concurso para elegir a la más bonita, por ello debían llevar traje de baño, un cambio informal y otro de fiesta para desfilar por pasarela. Daniela quien es más bien tímida se angustió y se negó. Por supuesto que no sólo la apoyé sino que le dije que no estaba a favor de esos concursos y que iríamos si quería pero no era necesario que participara.
La festejada era «Luli» que por cierto no se llama «Luli» se llama Lourdes pero desde no sé cuando el nombre pasó a ser un tema tabú y la niña no voltea si no escucha el «Luli». Es tal la obstinación que incluso en los eventos públicos del colegio la madre exige previamente que su hija sea nombrada así y el director o quien sea obedece al capricho, no sea que la niña del colegio sea dada de baja y pierdan tan importante y glamorosa clienta.
Llegamos al lugar y nos recibió un grupo de chicos que estacionaban los autos, todos eran jovencitos de finas facciones, delgados y amables.
Entramos y no puedo dejar de admitir que la escenografía desplegada superó mi imaginación, una fantasía «plástica» en la que predominaban en su mayor parte los colores rosa y plata. La pasarela para el concurso de la más bella estaba a lado de la alberca (pileta) y había secciones de adultos y jóvenes, camerinos y maquillistas para las participantes, personal de servicio uniformado con bebidas sólo cero calorías. La realeza, quise decir, las madres de las niñas estaban amotinadas, cual clones sacados del mismo molde, enlazadas en una lucha campal con el fin de que sus retoños fueran las primeras en ser maquilladas y al mismo tiempo estar presentes como agentes aduanales revisando de arriba abajo a todos los que llegaban.
El primer gran problema para mí fue enfrentarme a la difícil decisión de elegir con quién sentarme. Mientras caminaba hacia el grupo en pasos, en cámara lenta, suplicaba porque se apareciera en mi vista alguien que no hablara de sus viajes recientes, condenara a las malvadas e injustas maestras de sus indefensas y brillantes princesitas, alguna que no tuviera el BB en la oreja o en la mano y que no emitiera el tono de voz de niña mimada. Descarté por supuesto cosas que eran casi imposibles de encontrar: como el que alguna de ellas no hubiera hecho uso del bisturí para agrandar, quitar o pegar. Confieso que sí me hubiese enfermado compartir la tarde con alguna de esas que hubiese mandado a su niña al cirujano plástico a cambiarle la nariz.
Madrecitas, la abrumadora mayoría de ellas ocupadas en la competencia y jamás en la convivencia, obsesionadas con que sus retoños vistan de marca, tengan amistades adineradas, deambulen con lo último en tecnología en las manos, beban sólo «Coca-Cola Light» , coman alimentos dietéticos y orgánicos aunque éstos sean una mentira, no suban de peso un gramo, saquen buenas notas aunque compren exámenes para tal fin, sean portadoras a cualquier precio de un busto frondoso pero cintura de avispa y piernas firmes y torneadas. Mujeres ocupadas en susurrarle a sus hijas al oído con un dejo de queja, la terrible incongruencia de los hombres a quienes les gusta «ver flaco pero tocar gordo» y ocupadas en filtrarles los amigos con el propósito de conseguirles la que deberá ser la máxima aspiración de sus vidas: un hombre para casarse de apellido rimbombante y rico y si lo es en dólares mejor.
Esta generación de madres no es exclusiva de la clase adinerada, en otros niveles el objetivo perseguido es el mismo, proyectando sus deseos insatisfechos y carencias en ellas, haciéndolas graduar en el oficio de saber trepar, en el de tener y no ser.
El sábado en contraste mi amiga Claudia me invitó a la primera comunión de sus hijos, se presentó con escaso maquillaje y abundante sonrisa atenta e interesada en escuchar y hacernos sentir bien. Nos pidieron a los invitados llevarles de regalo a los festejados libretas (cuadernos) y lápices nuevos que serán donados a una escuela de chicos de escasos recursos que ellos apoyan.» Los míos ya tienen demasiado», me dijo.
Con sacrificios he procurado a mis hijos acceso a una buena educación académica. Daniela ya no está en ese colegio porque entre otras cosas no la veía feliz. Como mamá he cometido y cometeré muchos errores, sin duda, pero esta experiencia me ayudó a tener claro lo que no quiero para mi hija ni para ninguna mujer y a darme cuenta de que mi labor de madre en estos tiempos no se limita a amarla, ayudarle a extender sus alas y permitirle volar sino también a enseñarla a nadar contracorriente.